Un esquema de la vida de
John Knox (1514-1572)
por J.C. McFeeters
tomado de su obra:
Historia de los Pactantes Escoceses
«La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia.» Este dicho escarlata es una verdad imponente. «Si seguís quemándolos,» dijo en manera poco corriente uno que había presenciado los efectos sobre la opinión publica del martirio de George Wishart, «quemadlos en vuestros calabozos, pues el humo infecta [atrae] a todos los que alcanza.»
John Knox era para ese tiempo un joven que se estaba preparando para servir en el sacerdocio de Roma. El llegó a conocer a Wishart y a sentir el ardor de su corazón radiante y el vigor de su compañerismo inspirador. Knox fue un hombre dotado con habilidades naturales eminentes acompañadas con una buena educación. Era reconocido como uno que sería un valeroso campeón en cualquier lado que tomase. Dios fue rico en misericordia para con Escocia cuando hizo que el Evangelio resplandeciese en el corazón de Knox, dándole «la luz del evangelio de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.» Su intelecto imponente, por el estudio de la Palabra de Dios, abrazó la gloria renaciente de la Reforma, como cuando una montaña abraza los primeros rayos del sol que está saliendo. El rompió con todo lazo que lo ataba con el papado, y entró en la libertad de los hijos de Dios en el poder del Espíritu Santo.
Cuando Knox recibió su primer llamado para ser pastor, se vio abrumado con ansiedad ante la responsabilidad enorme de predicar el Evangelio. Se mantuvo atónito, pero no podía rehusar. Su humildad y la humillación de si mismo lo prepararon, por medio de la gracia del Señor Jesucristo, para confrontar las alturas de poder y honor que raras veces alcanza cualquier ministro. Desde ese día crucial dedicó todas sus energías de cuerpo y alma en la predicación de la Palabra de Dios. Sus servicios públicos se extendieron por un cuarto de siglo.
Este hombre poderoso de gran valor se lanzo inmediatamente a lo más espeso de lucha contra el Romanismo. El dio el golpe contra la raíz del mal. En vez de disminuir el vigor con ritos, ceremonias, y la perversión de doctrinas, el valerosamente retó todo el sistema del papado afirmando ser el Anticristo, y al Papa como «El hombre de pecado.» En su estima la Iglesia de Roma era Iglesia caída y se había convertido en «La Sinagoga de Satanás.» El se lanzó al campo de batalla vestido con toda la armadura de Dios empuñando la espada del Espíritu con destreza y resultados formidables. El secreto de su poder yacía en la oración. El sabía cómo luchar con Dios en la oración y prevalecer como un príncipe. La reina gobernante, quien en esos tiempos controlaba las fuerzas del gobierno a su gusto, dijo, «Tengo más miedo de las oraciones de John Knox que de cualquier ejercito de diez mil hombres.»
El mismo nombre de Knox era suficiente para sobrecoger con terror el corazón de sus enemigos. En una ocasión, habiendo estado en Ginebra por algún tiempo, regreso inesperadamente. Entre tanto un número de ministros reformados, que habían sido arrestados por predicar contra el papado, estaban por ser juzgados. La corte se había reunido y estaban ocupados en los actos preliminares. De repente un mensajero entró apresurado y sin aliento al ayuntamiento de justicia, exclamando, «¡John Knox! ¡John Knox ha llegado! ¡Anoche durmió en Edingburgo!» La corte se quedo atónita e inmediatamente fue aplazada.
La vida de Knox muchas veces estaba en peligro. Una vez mientras leía a la luz de una vela sentada en su cuarto le fue disparado un tiro desde la calle a través de la ventana. El tiro entró sin hacerle ningún daño dándole a la vela.
En cierta ocasión recibió una petición de predicar en una ciudad que se consideraba un baluarte del romanismo. Aceptó, alegre por la oportunidad, sabiendo también del peligro. El arzobispo de la ciudad, teniendo un ejército a su mando, le envió a Knox una advertencia, diciendo, que si predicaba, los soldados recibirían órdenes de dispararle. Sus amigos le rogaban que no fuera. El les respondió, «En cuanto al temor del peligro que me pueda venir ninguno se preocupe, pues mi vida esta bajo el cuidado de Aquel cuya gloria busco. Yo no deseo la mano ni el arma de cualquier hombre para que me defienda. Todo lo que pido es audiencia, la cual, si se me niega aquí y ahora, debo buscarla más allá donde pueda encontrarla.» Salió y predicó y regresó sin ningún daño. Su gran valor se infundió en el corazón de otros, y una multitud de hombres indomables se sostuvieron firmes con él en la lucha a favor de la libertad y de la conciencia, que sin temor alguno él defendía. Toda vida sublime es una fuerza poderosa para levantar a otros en la misma región de acción saludable.
El trono de Escocia, con su sistema gubernamental, estuvo contra Knox todos sus días. La reina María estaba resuelta en mantener al pueblo sujeto a su voluntad déspota. Knox tuvo varias entrevistas personales con ella, arriesgando su vida para hablarle abierta y solemnemente, aplicando la Palabra de Dios a la vida y consciencia de ella. En cierta ocasión, mientras protestaba contra su furor perseguidor, le dijo, «Aún así, señora dama, si aquellos que están en autoridad, les da un ataque de locura y matan a los hijos (quienes son sus súbditos) de Dios, la espada puede arrebatarse de ellos, y aún pueden ser encarcelados hasta que recuperen su dominio propio.» La reina se quedo atónita mientras que su rostro cambiaba de color, pero no tenía poder alguno para hacerle daño.
Mientras que John Knox vivió, la Iglesia de la Reforma creció en una manera rápida y llegó a ser imponente en números e influencia. La primera Asamblea General se llevó a cabo en 1560, teniendo 6 ministros y otros 32 miembros, 38 en total. En 1567, solo siete años más tarde, la Asamblea numeraba 252 ministros, 467 lectores, y 154 exhortadores [predicadores laicos]. Esto, también, fue en un tiempo de angustia las condiciones eran adversas, y la oposición era muy poderosa. ¿Cuál fue la causa del éxito? «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.»
La Iglesia contendía por la supremacía del Señor Jesucristo, aún hasta la muerte.
La Iglesia proseguía sin desviarse el curso que se le señaló en la Palabra de Dios, en doctrina, en adoración, y en disciplina, sin importarle el costo y sin temer las consecuencias.
La Iglesia rehusó ser guiada por la sabiduría humana o por métodos pérfidos o traicioneros (ya fuese para ganar números o para obtener gracia), sino que dependía para su éxito en la sabiduría que viene de arriba.
La Iglesia procuró glorificar a Dios con sencillez de fe, santidad de vida, pureza en la adoración, y lealtad al Señor Jesucristo. De esto procedió su fuerza indomable, los logros maravillosos, las magnificas victorias, y el crecimiento sorprendente. ¿Acaso la Iglesia de Cristo no obtendría semejantes cosas si siguiese el mismo curso de fidelidad en nuestros propios tiempos?
John Knox murió en 1572, a la edad de 67 años. Sus últimas palabras fueron, «Ven, Señor Jesús, dulce Jesús; recibe mi espíritu.» El fin de su vida fue paz.
¿Procuraremos imitar a Knox en la oración, en el valor, en la abnegación, y en la sencillez de corazón? ¿Acaso su ejemplo no nos será una inspiración para trabajar con fe y con fuerza, para edificar la Iglesia y extender el Reino de Jesucristo? Knox fue grande porque fue humilde y confió en el Señor. El mismo camino aún está abierto a todos aquellos que quieran hacer cosas grandes para Dios. La humildad, la oración, la fe, la actividad, al valor, el honor, la gloria – estos son los paso sucesivos hacía arriba. Aún hay lugar en esos sitios de honor. El sitio de John Knox parece estar vacío. ¿Quién lo llenará? ¡Qué oportunidad para los jóvenes para que pongan en acción sus facultades más nobles!
-traducido por Joel Chairez
diacono de la Iglesia Reformada Presbiteriana